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Extracto de El derecho a la ciudad, de Henri Lefebvre (Capitán Swing, 2017)
¿QUÉ ES LO URBANO?
Manuel Delgado
Lo urbano es lo que se escapa a la
fiscalización de poderes que no comprenden ni saben qué es. En efecto, lo propio de la tecnocracia
urbanística es la voluntad de controlar la vida urbana real, que va pareja a su
incompetencia crónica a la hora de entenderla. Considerándose a sí mismos
gestores de un sistema, los expertos en materia urbana pretenden abarcar una
totalidad a la que llaman la ciudad y
ordenarla de acuerdo con una filosofía —el humanismo liberal— y una utopía, que
es, como corresponde, una utopía tecnocrática. Su meta continúa siendo la implantar
como sea la sagrada trinidad del urbanismo moderno: legibilidad, visibilidad,
inteligibilidad. En pos de ese objetivo creen los especialistas que pueden escapar
de las constricciones que supeditan el espacio a las relaciones de producción
capitalista. Buena fe no les falta, ya hacía notar Lefebvre, pero esa buena
conciencia de quienes diseñan las ciudades agrava aún más su responsabilidad a
la hora de suplantar esa vida urbana real, una vida que para ellos es un
auténtico punto ciego, puesto que viven en ella, pretenden regularla e incluso
vivir de ella, pero no la ven en tanto que tal.
Para asesinarla o impedir que nazca esa vida
urbana –lo urbano como vida– trabajan los programadores de ciudades. Están
convencidos de que su sabiduría es filosófica y su competencia funcional, pero
saben o no quieren dar la impresión de saber de dónde proceden las
representaciones a las que sirven, a qué lógicas y a qué estrategias obedecen
desde su aparentemente inocente y limpia caja de herramientas. Están disuadidos
de que el espacio que reciben el mandato de racionalizar está vacío y se
equivocan, porque el espacio urbano la nulidad de la acción solo puede ser
aparente: en él siempre ocurre algo. De manera al tiempo ingenua y arrogante,
piensan que el espacio urbano es algo que está ahí, esperándoles, disponible
por completo para sus hazañas creativas. No reconocen o hacen como si no
reconociesen que ellos mismos forman parte de las relaciones de producción, que
acatan órdenes.
Ese subrayado de la cualidad urbana de la ciudad
es importante, puesto que pone en guardia sobre las instrumentalizaciones de
que es objeto no tanto este libro en sí como su título, convertido en lema por
la retórica de las autoridades del "nuevo municipalismo" y todo tipo
de ONGs y movimientos sociales de lo que Jean-Pierre Garnier –acaso el heredero
del Lefebvre más implacable– llama "ciudadanismo", que plantea el derecho a la ciudad como
derecho a las prestaciones básicas en materia de bienestar: vivienda, confort,
calidad ambiental, servicios, uso del espacio público y eso que se presenta
como "participación", que no suele ser otra cosa que participación de
los dominados en su propia dominación. En cambio, el derecho a la ciudad que
reclamaba Lefebvre era eso y mucho más, un superderecho que no se puede
encorsetar ni resumir en proclamaciones, normas o leyes destinadas a maquillar
un capitalismo "sensible a lo social".
La ciudad como producto parece
triunfar, pero no ha conseguido derrotar definitivamente a la ciudad como obra.
En un marco general hoy definido por todo tipo de procesos negativos de
dispersión, de fragmentación, de segregación…, lo urbano se expresa en tanto
que exigencia contraria de reunión, de juego, de improvisación, de azar y, por
supuesto, de lucha. Frente a quienes quieren ver convertida la ciudad
en negocio y no dudan en emplear todo tipo de violencias para ello –de la
urbanística a la policial–, lo urbano se conforma en apoteosis de un
espacio-tiempo diferencial en que se despliega o podría desplegarse en
cualquier momento la radicalidad misma de lo social como pasión, sede de todo
tipo de deserciones y desafíos, marco e instante para el goce y la impaciencia.